martes, 14 de febrero de 2012

San Valentín

Corrió, corrió, corrió… y luego de muchas gotas de sudor que empezaban a reunirse en su frente, y de un molesto dolor en sus piernas de tanto correr, llegó al lugar. Ahora qué le diría, ese era el problema. Todo debería quedar claro con la hermosa rosa roja que tenía en la mano derecha, y si eso no bastaba, entonces el osito de peluche que traía en la izquierda debería ayudar. “Una imagen vale más que mil palabras” fue lo que él escuchó decir muchas veces, y bueno, si verlo con los estereotipos más bellos (que no más sabrosos, ni más románticos) de amor en las manos no bastaba, ni siquiera el poema que había escrito la noche anterior le iba a servir.

En cualquier momento ella bajaría y atravesaría esa puerta que estaba a solo unos pasos de sus pies, pero a kilómetros de su corazón, y es que cada centímetro que lo separaba de ella se volvía una yarda, se volvía una pista de atletismo que debía recorrer sin tiempo qué perder. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había llegado allí? Se miró la muñeca, pero el reloj no estaba… ¡como siempre que se trataba de estas cosas! Pero quizás era mejor así, se secó la frente, se sacudió la camisa y se frotó las manos en el pantalón para quitar el nervioso y discreto sudor que tenía en ellas. En cualquier momento llegaría. Volvió a mirarse la muñeca, por instinto más que nada. Y entonces caminó en círculos alrededor del eje de la ansiedad, del estar expectante.

Miraba al suelo, miraba la puerta del edificio de Aulas de donde saldría su musa, pero todavía no pasaba nada. Miró la rosa, tranquila, como si no hubiese pasado nada de tiempo, y luego miró al osito: ojos brillosos, sonrisa eterna. Si es que era idéntico a ella. Cómo iba a hacer para entregarle eso que tanto se le parecía, ese era el problema. Cómo regalarle un reflejo. Eso definitivamente no era original. Todavía quedaba tiempo para pensar, pues ella aún no cruzaba el umbral, y empezaba a hacerse pesada la espera. Miró la rosa, miró al osito, se miró la muñeca y nada. Las campanas seguían sonando, ¿cuántas veces más iban a sonar?

Ella se asomó por la ventana del salón donde estaba, ahí un piso más arriba, y vio que él venía corriendo con unas cosas en la mano. Se había decidido a confesar lo que ya se había confesado por sí solo desde hacía tiempo, cuando hablaban a solas. No tardó nada en tomar todo lo que tenía sobre el escritorio y bajó corriendo también. Entonces llegó y lo vio aterrizar allí, al otro lado de la puerta, como un ángel que venía a guiarla en el camino más divino… pero la carrerita le había dejado gotitas en la frente y un dolorcito en las piernas. Así no podría salir a recibirlo, y se secó, se frotó las manos en el pantalón y tomó un profundo respiro antes de salir.

¿Cuánto habría pasado desde que bajó de su salón? No demasiado, pues aún no terminaban de sonar las cinco campanadas que anunciaban la hora. Salió a su encuentro y se abrazaron, tomó la rosa y se la pasó frente a la nariz, tomó el osito y no pudo contener un beso de agradecimiento. Mientras se besaban él, con sus manos, sujetó las de ella, las atesoró. Y los talones de ella desafiaron a la gravedad a la par que lo hacía su espíritu. Se abrazaron de nuevo.

Un beso, un abrazo, un par de manos unidas, con una rosa en medio, y un osito de testigo. Las campanas terminaron de sonar y entonces los dos rieron.

- Anoche te escribí, te soñé, trate de retratarte… pero siempre se me parecía demasiado al osito. Te amo porque tú eres lo que mis poemas buscan, tú eres lo que mis ensayos presentan y nunca encuentran. Te amo porque a pesar de no saber escribirte, yo sí te puedo encontrar. Estás aquí... - y la besó de nuevo

jueves, 9 de febrero de 2012

Leyendo aprendí... A hacer un comentario de texto

Cuando empezaba en la universidad, uno de los primeros retos fue sin duda alguna el tener que escribir con una finalidad académica. No es lo mismo escribir vidas que escribir amores, y si extrapolamos esto podemos decir que definitivamente no es lo mismo escribir fantasía que escribir de forma dirigida.

En un comentario de texto se busca reseñar, con cierto grado de detalle, tanto los argumentos presentados por un autor como la forma en la que los presenta, tratando de justificar o de explicar los efectos que causan sus estrategias sobre la mentalidad del lector.

Aquí, un ejemplo de comentario redactado por mí hace un tiempillo: Comentario de Texto: "Lo que enseñan los cuentos" de Fernando Savater, por AlexTal

Hasta otra,
AT